Y sin más dilaciones aquí va el texto. Recordad que sigue el hilo de la
primera parte. Sed muy críticos, que es la única forma de aprender.
Pero su vida normal iba a cambiar el mismo día en que visitaba a su viejo amigo Pedrín. Lo cierto es que Pedrín medía casi dos metros, tenía unos brazos firmes y unas manos grandes y fuertes, hecho que le había dado gran fama en su carrera como fisioterapeuta, pero como se conocían de la infancia nunca notaron que fuera necesario dejar de usar el diminutivo.
Eduardo llegó a casa de Pedrín sobre las nueve, paseaba por el salón de la casa cuando se fijo en un objeto que colgaba de la pared.
-Vaya pedrolo que has puesto aquí Pedrín, pero… ¿no está un poco cascado? – gritó Eduardo para que Pedrín pudiera oírlo desde la cocina.
-Es una reproducción de una de las tablillas encontradas en la biblioteca de Sardanápalo, un rey asirio – contestó Pedrín mientras entraba en la sala con dos botellines de cerveza, uno en cada mano.
- ¿Y no podrías haber colgado un poster como la gente normal? – replicó Eduardo. Ambos se miraron y sonrieron. Pedrín alargó uno de sus brazos para acercarle la cerveza a Eduardo y este siguió con sus preguntas – y ya que estás tan puesto, el Enkidu este que era ¿el He-man de la antigüedad?.
- No te entiendo – Pedrín lo miro sonriente pero extrañado a la vez.
-Mira, lo pone aquí, “Yo tengo el poder” – ambos se miraron riendo.
-Que cachondo eres, siempre con tus bromas.
-Que te lo digo en serio, que lo pone aquí.
-Vamos, no te flipes, que sólo son triangulitos y rallitas.
Entonces fue cuando Eduardo se dio cuenta, como decía su amigo no había letras tal y como él las conocía, pero aun así podía leerlas. – Pues yo puedo leerlo – dijo Eduardo mientras miraba con extrañeza a su compañero.
-No, no puede ser. A ver, deja que mire una cosa - Pedrín leyó una inscripción al final de la piedra que decía “ Reproducción Poema Gilgamesh – Tablilla I ”.
-¿Qué haces?- preguntó Eduardo.
- Voy a buscar la traducción de la piedra por Internet. Aquí esta. Vamos gaznápiro, empieza a recitar –espetó Pedrin convencido de que todo era un farol de su amigo Eduardo, famoso por sus bromas tontas. Pero para asombro de ambos Eduardo recitó todo el texto. La recién adquirida xenoglosia de Eduardo fue una verdadera sorpresa para los dos, ya que había conseguido traducir incluso fragmentos en los que muchos expertos nunca se habían puesto de acuerdo.
Minutos después se encontraban llamando a una puerta que Eduardo no conocía.
- Y ¿dices que tu primo podrá decirnos algo? – preguntó Eduardo.
-Bueno, no sé, el trabaja con estas cosas – Pedrín no había acabado de decir la última palabra cuando se abrió la puerta y tras ella apareció lo más parecido a un gigante que Eduardo había visto jamás. Era bastante más alto que Pedrín y de una complexión tan ancha que era imposible ver el interior de la casa a través de la puerta. Desde su inmensa altura el gigante observaba a ambos con la cabeza ladeada.
- Pedro, que casualidad, estaba pensando en llamarte – dijo el gigante.
- Ya veo Miguel. Déjame ver, sí, se te ha vuelto a contracturar el esternocleidomastoideo. La culpa de todo son las posturas ortopédicas que adoptas al estar delante del ordenador. Te he dicho más de mil veces que tienes que subir la pantalla – Mientras decía todo esto Pedrín recolocaba el cuello de su primo Miguel – Que tal ahora, ¿mejor?. Bueno, este es mi amigo Edu.
Eduardo alargó la mano para saludar a Miguel, aun un poco asombrado por el tamaño de este, pero a pesar de tener la palma completamente abierta apenas pudo agarrar la mano de Miguel.
Una vez hubieron entrado Pedrín explicó toda la historia a su primo. Miguel pensaba que todo era una broma de Eduardo, que quizás podría haber memorizado toda la primera tablilla. O incluso que su primo podría estar confabulado para gastarle la broma a él, así que pensó en poner a Eduardo realmente a prueba.
- Os voy a mostrar una tablilla que fue encontrada en las catacumbas de un templo dedicado a El-Gabal en Homs, un pueblo de Siria. Lo extraño es que se piensa que fue dictada por el propio Marco Aurelio Antonino. No el bueno, el otro al que llamaron Heliogábalo – Miguel encendió su ordenador y mostró a sus invitados una imagen renderizada de una tablilla que le habían enviado al laboratorio en el que trabajaba.
- Heliogábalo fue emperador a principios del siglo III por lo que no es normal que sus escribas trascribieran en acadio. Todo ello se dificulta ya que es una variante de acadio desconocida hasta el momento, y la tablilla sólo ha podido ser parcialmente traducida – añadió Miguel.
Ante el asombro de Miguel, Eduardo leyó todo el texto sin apenas dudar.
- Vaya una serendipia, – exclamó Miguel – déjame que apunte todo el texto.
- Todo este tiempo pensando que eras un cernícalo y resulta que eres todo un erudito – dijo Pedrín con cierta sorna.
- Bien, Eduardo, voy a recitarte de nuevo el texto. No quiero que se me cuele ningún gazapo – Miguel leyó el texto tal como se lo había dictado Eduardo mientras este asentía con la cabeza.
– Esto es increíble, tenemos que llevarlo ahora mismo a mi laboratorio.
- ¿Ocurre algo? – preguntó Eduardo.
-Bueno, hay una frase que me inquieta. Esta de aquí, “al llegar la cáfila a la montaña la vacuidad en las almas no puras se reflejará en su carne”. Creo que pertenece a otro texto pero aquí no puedo realizar la búsqueda.
Dicho esto comenzaron a bajar. No habían llegado a salir del portal del edificio cuando Pedrín dirigió su mirada hacia un coche que estaba aparcado justo en frente de ellos.
-No pensarás en ir en el cacharro que te dejó el abuelo.
- Qué dices, hombre. Es un mini Cooper del ’64. Es todo un clásico – se defendió Miguel.
- Es el coche de Mr. Bean – contestó Pedrín mientras entraban en el auto. – Además, pienso que tendría que estar prohibido que gente como tú conduzca coches como este – añadió al comprobar la estrambótica imagen que formaban ellos dos sentados en la delantera del pequeño automóvil.